es éste que mi alma a veces suele cantar.
Tenía diez años y un mundo por conquistar,
la luna y mi barrio, humilde y lejos del mar.
Mi padre tenía las marcas de su niñez
grabadas a fuego como un tatuaje en la piel.
Ni besos, ni abrazos, tan duro como un cincel,
subido a su andamio de noble testarudez.
Un día de aquellos de lluvia en Paso del Rey
me trajo en sus brazos, envuelta con un papel,
sonó la madera, misteriosa y ancestral.
¡Guitarra, guitarra! Mi padre me ha vuelto a amar.
Les cuento que nunca jamás me pude olvidar,
su voz de tabaco cantó por única vez
y toda la casa destilaba arena y sal,
los pinos y el campo susurraban como el mar.
Este recuerdo sencillo se los quería contar
porque a veces, cuando llueve, oigo a mi padre cantar.
Víctor Heredia.
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