Baña el Euxino un bosque de agrios arbustos lleno;
sobre la fuente un negro laurel la copa inclina,
y la Ninfa, sonriente, que a sus ramas se empina
huélla, tímida, el agua del arroyo sereno.
Otras, de un salto, se hunden en loco desenfreno
al oir la llamada de una oculta bocina,
y en las aguas movibles a menudo germina
un torso un claro bucle, o la rosa de un seno.
Alborozo divino las florestas asombra.
Mas de pronto dos ojos iluminan la sombra.
¡EISátiro! Y al eco de su gárrulo sistro
Huyen todas. Asi, si un cuervo grazna airado,
en las ondas del río locamente nevado
se esparce la bandada de cisnes del Caístro.
José María de Heredia
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