Son cosas chiquitas.
No acaban con la pobreza,
no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción y de cambio,
no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizá desencadenen la alegría de hacer,
y la traduzcan en actos.
Y al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad y cambiarla,
aunque sea un poquito,
es la única manera de probar que la realidad es transformable.
La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos
y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para que sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar.
Al fin y al cabo,
somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
¿Hasta cuándo los países latinoamericanos
seguiremos aceptando las órdenes del mercado
como si fueran una fatalidad del destino?
¿Hasta cuándo seguiremos implorando limosnas,
a los codazos, en la cola de los suplicantes?
¿Hasta cuándo seguirá cada país apostando al sálvese quien pueda?
¿Cuándo terminaremos de convencernos de que la indignidad no paga?
¿Por qué no formamos un frente común para defender nuestros precios,
si de sobra sabemos que se nos divide para reinar?
¿Por qué no hacemos frente, juntos, a la deuda usurera?
¿Qué poder tendría la soga si no encontrara pescuezo?
Eduardo Galeano
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