miércoles, 12 de diciembre de 2007

La muerte

¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡Qué esfuerzo del Perro por ser golondrina!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
¡qué flecha aguda exprime de la rosa!
¡qué rosa gris levanta de su belfo!
¡Y la rosa,
¡qué rebaño de luces y alaridos
ata en el vivo azúcar de su tronco!
Y el azúcar,
¡qué puñalitos sueña en su vigilia!
Y los puñales diminutos,
¡qué luna sin establos!, ¡qué desnudos,
piel eterna y rubor, andan buscando!
Y yo, por los aleros,
¡qué serafín de llamas busco y soy!
Pero el arco de yeso,
¡qué grande, qué invisible, qué diminuto,
sin esfuerzo.

García Lorca.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Pequeña serenata diurna

Vivo en un país libre
cual solamente puede ser libre
en esta tierra, en este instante
y soy feliz porque soy gigante.
Amo a una mujer clara
que amo y me ama
sin pedir nada
—o casi nada,
que no es lo mismo
pero es igual—.
Y si esto fuera poco,
tengo mis cantos
que poco a poco
muelo y rehago
habitando el tiempo,
como le cuadra
a un hombre despierto.
Soy feliz,
soy un hombre feliz,
y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad.

Silvio Rodríguez - 1974

LOS MUERTOS ESTAN EBRIOS...

Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia
allá en el cementerio extraño de Lofoten.
El reloj del deshielo tabletea lejano
entre los ataúdes sórdidos de Lofoten.

Y gracias a las fosas que el entretiempo ahueca,
con fría carne humana los cuervos se han cebado,
y gracias al delgado viento con voz de niño,
dulce para los muertos es el sumo en Lofoten.

Ya no veré jamas, jamas sin duda,
ni la mar ni las tumbas de Lofoten,
y sin embargo hay algo en mí que me hace amar
ese rincón extremo y toda su congoja.

Suicidas, alejados y desaparecidos
del cementerio extraño de Lofoten
-¡que raro y dulce suena su nombre a mi oído!
-decidme si es verdad que allí,que allí dormís.

Bien podrías contarme cosas más ocurrentes,´
clarete que rebasas en mi copa de plata;
historias más amables o menos alocadas
y dejarme tranquilo con tu eterno Lofoten.

Que está habiendo buen tiempo y suave se desliza
en el hogar la voz del mes más melancólico.´
¡Ah, los muertos, los muertos, aun los de Lofoten;
los muertos, en el fondo, lo están menos que yo...!

MILOZ

Romance Sonámbulo

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mary
el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

-Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
-Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
-Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si. Puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
-Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
-Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
-¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

García Lorca.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Encuentro

Encuentro

Ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.

Tú... por lo que ya sabes.

¡Yo la he querido tanto!

Sigue esa veredita.

En las manos tengo
los agujeros de los clavos.

¿No ves cómo
me estoy desangrando?

No mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo a San Cayetano,
que ni tú ni yo
estamos en disposición
de encontrarnos.

García Lorca.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Si te preguntan por un gato

Mis amigos, los que frecuentaban la plaza,
te habían hablado de mí: “el tipo tiene diálogos frecuentes con los genios,
sólo cena con Bukowski y con alguno que otro gato del mismo pelaje,
estamos orgullosos de él, qué opinas de eso, tener un tipo así entre nosotros.

”Tú ni te inmutabas, masticabas tu chicle y retorcías la mirada,
te dormías en tus cejas, tu mente se iba a pasear por las calles vecinas,
tu cuerpo no, estaba allí como una estaca,
eludiendo preguntas sobre un mugroso intelectual,
que para ti, sólo se comparaba con los tacones de tus zapatos.

Las noches siempre eran así,
y yo durmiendo en tus pechos pequeñitos, ignoraba todo.

Por esos días estaba leyendo a James Joyce
(me mareaba en el Ulises).
Y, una que otra vez releía a Bukowski
y a García Lorca: para olvidarme que te tenía que coger.

Me gastaba la vida en freír pescados para el desayuno.
No sé porqué me obsesioné tanto contigo.
Cuando abría la ventana de mi casa, un soplo de mar me llegaba,
y yo a veces lo confundía con tu perfume, así de burro estaba.

Espartako

domingo, 2 de diciembre de 2007

NOVILISSIMA VISIONE

Todo duerme en la ciudad.
Mas no temed,
pues alguien vela
por el laxo rebaño que descansa:
Un borracho en la esquina
con la lámpara votiva.
De su trago.

A todos, cerré, sin querer mi corazón.
Perdido he la llavecita.
Quisas haya caido en una acequia
o flote, confundida,
en el río que separa a los humanos.
Más no temo:
Puede que un día tú la encuentres
al abrir en un santo una sorpresa.

Para vivir solo hay que ser
un animal o un Dios.

Aristóteles.

Estaba Dios vestido de Dios
es decir: desnudo.
O quisas fuera solamente humano:
Porque para ser hombre
hay que ser un animal
o un dios.
Sin embargo
no he vuelto ya a esa playa,
y me queda la duda sempiterna.

Gracias a Luis Hernandez.